Por Marina Aguila
Hoy, 11 de septiembre, se conmemora el Día del Maestro en Argentina, en honor a Domingo Faustino Sarmiento, "el padre del aula". En ese marco, Sandra Ulloa conversó con El Ciudadano del Sur y reflexionó acerca de esta gran profesión.
Sandra, se refirió al largo camino que recorrió para ser maestra. “Un sueño que yo tenía desde muy niña”, dijo. “Me casé muy joven, entonces ese sueño quedó guardado en el fondo de mi corazón, así que pasaron los años y cuando mis hijos se casaron tuve la oportunidad de retomar mis estudios. Primero la escuela secundaria porque adeudaba materias del último año, entonces tuve que hacer la secundaria nocturna”, explicó.
Una vez completada la secundaria en el Perito Moreno, Sandra decidió continuar su formación y se inscribió en el Profesorado de Educación Primaria. El proceso de convertirse en maestra le exigió varios años más de esfuerzo, pero su determinación fue inquebrantable. “No es fácil retomar estudios después de tanto tiempo. Por eso siempre aliento a las personas adultas a ser perseverantes y saber que los sueños se pueden cumplir”, dijo.
Una de las experiencias que más marcó a Sandra durante su formación fue cuando un profesor de la carrera, que posteriormente se convirtió en Ministro, la llamó a un costado para advertirle que, debido a su edad, no podría ejercer como docente: “¿Usted sabe que por la edad, no va a poder dar clases?”. Sandra, por supuesto estaba consciente de eso, sin embargo, no dejó que esto la desanimara. “Yo me decía: no importa la edad que tenga para recibirme, sé que en algún momento lo voy a lograr. Además, en ese momento, yo le contesté a mi profesor que, a alguien iba a poder ayudar a través de la docencia: a mis nietos, a mi vecino, a alguien lo necesitara”, dijo.
No fue fácil el camino de Sandra pero “en la perseverancia se dice que está la victoria, así que persevere y me recibí en el 2017 con 55 años”, señaló.
Desde entonces, su carrera como docente fue variada. Se desempeñó como auxiliar en el jardín Roberto Alonso, trabajó en la escuela Don Bosco y en la escuela Ceferino. “Hasta que una profesora que yo había tenido en las prácticas docentes, me llamó desde el Martín Rivadavia para hacer una suplencia en el 2019 y en el 2020 me vuelven a llamar de ese Instituto para continuar”.
Así y al igual que a todos, Sandra le tocó transitar la pandemia, un contexto totalmente nuevo. “Así que pude capacitarme en herramientas tecnológicas, pude dar clases por zoom y siempre traté de superarme y lo logré”. Actualmente continúa en el Instituto Martín Rivadavia, dando clases en cuarto grado. “Es el sueño cumplido para mí, es una satisfacción enorme”.
Además de su labor allí, Sandra también imparte clases de forma voluntaria a adultos y brinda apoyo escolar a niños y niñas en Alfalit. “Tengo todas las ganas de ayudar a los niños, especialmente después de la pandemia, cuando muchos se quedaron faltos de conocimiento. Necesitan reforzar la caligrafía, la comprensión de texto...”, explicó, haciendo hincapié en los desafíos educativos que surgieron a raíz de la cuarentena.
Continuó diciendo: “Este es un lugar especial, cuando se abrió Alfalit, dije yo quiero estar ahí, porque la verdad se ve la necesidad de la gente y de los padres, que no pueden pagar a una maestra particular, así que este es un lugar donde ellos pueden venir de manera gratuita”, explicó sobre el programa que funciona jueves y sábado en el Tabernáculo de la Fe.
A lo largo de estos años, “hay un agradecimiento enorme en mi corazón”, dijo Sandra ya que ella comenzó en Alfalit enseñándole a las personas adultas que no sabían leer y escribir. “Después me pasaron con alumnos que ya sabían sumar, restar y multiplicar y que están yendo a escuelas primarias nocturnas y ahora volví otra vez a los niños. Así que más que contenta”, finalizó haciendo hincapié en que los sueños, por más demorados que estén, siempre es posible hacerlos realidad.
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